Nota Importante: Este el primero de tres artículos donde te contaré cómo un percance en mi salud me ayudó a ser una escritora autopublicada.
Fue hace casi 6 años y medio … pero recuerdo ese día como si hubiese sido ayer. El último día que ejercí la profesión que con esfuerzo había estudiado por 4 años en la Universidad de Puerto Recinto de Ciencias Médicas.
Soy terapeuta ocupacional. Especialista en niños y adultos con necesidades especiales.
Ese día de abril fue uno típico –o casi–. Atendí los clientes como de costumbre. Pero en el transcurso del día me sentí rara. En varias ocasiones perdí el balance y necesité apoyarme de la pared. El ambiente de la oficina lo sentí más frío de lo usual y me percaté que mis manos estaban entumecidas. Pero no le presté mucha atención y continúe mi trabajo sin decirle a nadie.
El reloj marcó las 4:30 de la tarde, sabía que mi jornada laboral había concluido. Marqué mi número de empleada en la máquina y me subí al auto. Cuando puse mis manos en el volante, la mano izquierda seguía entumecida y por alguna razón no podía cerrarla, y a pesar de no tener el acondicionador de aire encendido sentía mi cuerpo helado.
Una voz de alarma sonó en mi cabeza; “estos síntomas no son normales”. Pero traté de tranquilizarme, hice una inhalación profunda y pensé que todo esto pasaría pronto.